Sin embargo, vemos que el sol es más débil, las tardes se
van acortando poco a poco, y por las noches ya refresca mucho más. El signo más
audible: el silencio de las cigarras. Y, de pronto, la atmósfera se torna más
románticamente tenue. Después de la explosión de sol y fiesta del verano, llega
el extraño otoño avisando con sus colores amarronados de que llega su momento.
Yo ya he dicho adiós a las vacaciones disfrutadas hasta el
último día de agosto, a los pocos días de sol achicharrante este año por
Barcelona, a las cigarras, a bañarme en el mar, a la soltería de una íntima
amiga mía, y diré adiós a otra amiga en breve, porque se me va a Madrid a vivir.
Y siento en la piel esa melancolía de tener que dejar ir las cosas.
Por otro lado, aunque de forma extraña, percibo con alegría
las cosas que tienen que llegar. Tal vez sean las ganas intensas de que sucedan
cambios, la desesperación de la rutina asfixiante o el hilito de esperanza al
que aferrarnos, pero el otoño nos da la bienvenida con promesas nuevas. La
revolución empieza ahora, puede que las cigarras se callen, pero no quiere
decir que estén muertas. La naturaleza sólo se relaja para dormir.
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